miércoles, 4 de octubre de 2017

Quedarse en la olla o saltar a tiempo

Decía Susan Sontag que los Estados Unidos son un país anómalo. También lo son sus escritoras. Sin ir más lejos tengo desplegadas delante de mí tres novelas de tintes autobiográficos que forman un único tejido orgánico de vidas e ideas interconectadas escritas por tres escritoras anómalas: La campana de cristal de Sylvia Plath, Diario de un ama de casa desquiciada de Sue Kaufman y Miedo a volar de Erica Jong. De las tres, Kaufman es la que peor suerte ha corrido en España, hasta el punto de ser una perfecta desconocida hasta fecha muy reciente. En 2010, la editorial Libros del Asteroide la rescató del olvido con la publicación de su tercera novela  Diario de un ama de casa desquiciada (Diary of a Mad Housewife, 1967; 2013, 5ª edición). Puede que alguien dude sobre si darle mayor importancia a la historia de Esther Greenwood, una joven estudiante que sufre una depresión nerviosa (La campana de cristal), o a la de Isadora Wing, una soñadora compulsiva que escribe poemas eróticos sin haber experimentado nunca el verdadero placer (Miedo a volar), pero lo que es indiscutible es que Tina Balser, la sofisticada ama de casa que vive infelizmente con su marido y sus dos hijas ("De repente comprendí los misterios de infanticidio") en Manhattan, es una de esas creaciones literarias en la que nos leemos a nosotros mismos, independientemente de que seamos hombres o mujeres. Ácida sátira de las mujeres perfectas, comprensivas y cariñosas —sin llegar a las cimas del horror doméstico de Las poseídas de Stepford de Ira Levin— Diario de un ama de casa desquiciada ahonda en los entresijos de alcoba del american way of life. Kaufman sitúa a Tina en el borde del abismo y deja que sea ella misma quien decida si dar o no el último paso: "Ayer por la mañana me quedé un rato delante de la ventana del dormitorio, tratando de tener suficiente valor para abrirla y saltar, pero Tina la Comediante ganó la partida: tuve una visión de mi misma flotando por encima de Central Park West como Mary Poppins, con mi falda de tweed y mis enaguas abullonándose, y decidí quedarme dentro”. En la vida real Kaufman no se quedó dentro, sino que saltó desde la décima planta de su apartamento en Manhattan, tras sufrir una larga enfermedad. El salto al vacío, no sólo como metáfora, se repite en su novela Caída libre (Falling Bodies, 1974), publicada recientemente por la editorial Círculo de Tiza. Al igual que en Diario de un ama de casa desquiciada, en Caída libre encontramos en la historia de Emma Sohier, casada con un prestigioso editor y madre de un adolescente de once años, el mismo clima de alienación, la misma tensión entre la idea de felicidad y las ataduras de la vida doméstica. Emma y Tina son como dos gotas de agua o de Chanel n°5, son seres frágiles que se sienten oprimidos y enfermos, incapaces de cuidarse a sí mismos. No sólo Gatsby, el héroe por antonomasia de Scott Fitzgerald, busca la luz verde redentora ("Gatsby creía en la luz verde, el futuro orgiástico que año tras año retrocede ante nosotros. En ese entonces nos fue esquivo, pero no importa; mañana correremos más lejos, extenderemos los brazos más lejos"), también las heroínas de Kaufman necesitan una catarsis que las libere de la olla a presión que es el día a día de un ama de casa cosmopolita.




 "Finalmente llamé a Popkin y fui a verlo, preparada para una especie de puesta a punto, tal vez para un refrito de la historia de Electra. [...] ¡Dios! Yo pensaba que sólo escuchaban, no que también hablaran. Pero he descubierto que hay dos tipos de psicoanalistas: los que hablan y los que escuchan. Me ha tocado uno de los que hablan. Me escucha y, luego, habla él. Y no sólo habla, ¡Dios! ¡Hay tantas cosas de mí que le parecen mal! A veces me dan ganas de levantarme del diván y tirarme por la ventana de su consulta de la Quinta Avenida". 

Sue Kaufman, Diario de un ama de casa desquiciada