jueves, 12 de octubre de 2017

Llamadas telefónicas

Apenas al inicio de El guardián entre el centeno de J. D. Salinger, su protagonista Holden Caulfield encabeza sus reflexiones sobre sus libros favoritos con esta frase: “Los libros que de verdad me vuelven loco son esos libros que cuando acabas de leerlos piensas que ojalá el autor fuera amigo tuyo y pudieras llamarle por teléfono cuando quisieras”. Ojalá pudiera llamar a Salinger. O a Truman Capote, Carson McCullers, Clarice Lispector, Virginia Woolf, Bruce Chatwin, Richard Brautigan, Philip K. Dick, Kurt Vonnegut, Julio Cortázar o Roberto Bolaño. Aunque si tuviera que hacer una llamada telefónica en este momento llamaría a Mark Richard, de quien la editorial Dirty Works acaba de publicar Casa de oración nº 2 (House of Prayer No. 2: A Writer's Journey Home, 2011; 2017), un insólito, conmovedor y asombroso retrato de su infancia en el Sur de los Estados Unidos. Mark Richard, de ascendencia cajún-creole-francesa, lo tuvo difícil desde el principio: nació en Lake Charles, Louisiana, con una deformidad en las caderas que le convirtió en un niño frágil, vulnerable e indefenso: "Imagina que nace un ‘niño especial’, lo que en el Sur viene a ser algo entre síndrome de Down y dislexia. [...] Llévate al niño a Manhattan, en el estado de Kansas, en pleno invierno, sin nadie que vaya a verlo aparte de un mirón chino, con su carita amarilla pegada a las ventanas en las frías noches. [...] De compañera de juegos, tráele al niño una chica con síndrome de Down que lo adora. Es hija del médico de la alta sociedad y le dan miedo los truenos. Cuando hay tormenta, se esconde, y sólo el niño especial la puede encontrar". Al igual que en sus relatos, reunidos bajo el título El hielo en el fin del mundo (The Ice at the Bottom of the World, 1989; Dirty Works, 2016), en Casa de oración nº 2 Richard utiliza un lenguaje crudo (y no exento de humor soterrado) para narrar la miseria cotidiana de un Sur racista y decadente del que escapó tan pronto como pudo para faenar en barcos balleneros como Herman Melville y más tarde labrarse una carrera como escritor en Nueva York. Richard no tiene reparos en asestar, como tantas veces hiciera Erskine Caldwell, un durísimo golpe al tejido religioso, social y moral del mundo sureño. Es muy difícil escribir sobre la mugre, la miseria y precariedad de la infancia y conquistar al lector con la sensación de que es la primera vez que nos cuentan algo así, o de modo diferente, y ese es uno de los grandes logros de Casa de oración nº 2, que va adquiriendo mayor peso, gravedad y profundidad a medida que avanzamos en la lectura. Ahora no se puede decir que sólo la ha rozado, como en el relato Abandonados, incluido en El hielo en el fin del mundo: Richard ha abrazado definitivamente la grandeza como escritor.




 "Cuando cortan la escayola para sacarte, te sorprende que no haya bichos, pero tus piernas se han atrofiado hasta convertirse en dos palillos peludos de carne podrida. Puedes raspar los pelos y quitar la piel muerta pegada al hueso con una uña. Tiempo después te enterarás de que los médicos piensan que dejar a niños metidos en corsés de escayola durante mucho tiempo no es una buena idea [...] Gloria al engendro recién nacido". 

Mark Richard, Casa de oración nº 2