sábado, 14 de octubre de 2017

El factor humano

La fotogenia de los parajes con entornos nevados en montañas, en lagos, en casas aisladas en mitad de la nada, debe ejercer un fuerte atractivo para los escritores nórdicos —Stieg Larsson, Henning Mankell, Jo Nesbø, Camilla Läckberg, Åsa Larsson, Leif G. W. Persson, Per Wahlöö y Maj Sjöwall— a la hora de escribir sobre sucesos misteriosos, violaciones y asesinatos. Sin embargo, no se trata sólo de una cuestión de fotogenia: las características del paisaje escandinavo ofrecen la posibilidad de acentuar una de las bases sobre las que suele apoyarse este tipo de literatura noir nacida del frío: la indefensión de los personajes, la soledad del ser humano en paisajes de belleza gélida. La adaptación cinematográfica de El muñeco de nieve (Snømannen, 2007; Roja y negra, 2017) de Jo Nesbø juega con ambas cosas, aunque desde el primer momento renuncia a otra más importante, y que hacen especiales las novelas del escritor noruego protagonizadas por el detective Harry Hole: el interés humano de los personajes. El muñeco de nieve, dirigida por Tomas Alfredson a partir de un guión escrito por Hossein Amini y Peter Straughan, carece del factor humano y entrega a cambio una trama enrevesada y compleja donde los personajes interesan más bien poco, o al menos uno se queda con la molesta sensación de que, para hacer más efectiva la sorpresa final, los guionistas le han privado de la oportunidad de conocer a fondo a los personajes. No hay una sola secuencia de El muñeco de nieve que no esté contada a medias, y es justo subrayarlo porque incide negativamente en el conjunto. Los aciertos, pocos pero respetables, de la película hay que rastrearlos en la manera que tiene Alfredson —otrora director de Déjame entrar— de visualizar el relato: en su estupenda forma de llenar el plano con encuadres atrevidos y puntos de vista originales, que sin embargo no son suficiente para hacernos olvidar que los maravillosos personajes creados por Nesbø —Harry, Rakel, Oleg— son sólo un añadido, una mera guarnición que acompaña a la nívea endeblez de la historia construida. La única incógnita que El muñeco de nieve plantea al espectador reside en saber si la carrera cinematográfica del detective noruego Harry Hole tendrá continuación. La película de Alfredson no es más que una bola de nieve que se deshace a los pocos minutos de haber sido lanzada al aire. En verdad se hace difícil encontrar algún motivo para ver, que no recomendar, esta primera adaptación al cine de la serie Harry Hole, cuyo último título por el momento, La sed (The Thirst, 2017; Roja y negra, 2017), hace el número once.


  

“Oyó el zumbido del timbre en el interior, como el de un abejorro atrapado en un tarro de mermelada. Mientras esperaba sintió crecer su desesperación, y miró hacia las ventanas del vecino. No dejaban ver nada, solo le devolvían el reflejo de unos manzanos desnudos y negros, el cielo gris y un paisaje lechoso. Al fin, oyó pasos tras la puerta y respiró aliviada. Un segundo después estaba dentro y en sus brazos. [...] Ella se dio cuenta de que la irritación empezaba a empañarle la voz al mismo tiempo que la mano, esa mano fuerte pero suave, bajaba por la piel de la espalda y se adentraba por la cinturilla de la falda y los leotardos. Eran como una pareja de baile bien entrenada que conocía el menor movimiento del otro, los pasos, la respiración, el ritmo. Primero la pasión blanca. La buena. Luego la negra. El dolor”. 

Jo Nesbø, El muñeco de nieve